Contracara: Teillier y Lihn, camino a los paraísos perdidos



Contracara: Teillier y Lihn, camino a los paraísos perdidos



Dos de este siglo. Dos de los mejores poetas de la generación del 50, en una conversación recreada en la ficción de la poesía y en la verdad del periodismo. O puede ser al revés. Dos maestros de muchos, que se encaminan por el sendero de los paraísos perdidos, rumbo al olimpo de los poetas.

por Vicente Clua


Los dos últimos poetas de obra acabada en la literatura nacional, Enrique Lihn y Jorge Teillier, representan tendencias distintas de la poesía chilena, que tiene un desarrollo ramificado, no lineal. Ambos pertenecen a la llamada Generación del 50, que incluye también a otros destacados como Efraín Barquero, Armando Uribe, Miguel Arteche y Delia Domínguez.

La poesía de Enrique Lihn se inscribe en una larga tradición rupturista que se remonta, por lo menos, hasta Baudelaire y encuentra su punto de apoyo más cercano en la amplificación antipoética del escenario escritural. Poesía urbana, poesía contra la poesía, reflexiva, sarcástica, impregnada de un humor ácido, crítica y autocrítica, la escritura de Lihn no sólo es indagatoria, sino que recupera -algo difícil en nuestros días- la dimensión lírica de la experiencia. En cambio la poesía de Jorge Teillier, que es una tendencia importante de esta segunda mitad del siglo, intenta una recuperación (imposible) del lugar de origen, del espacio rural, principalmente en el sur de Chile.

Con una definición esencial de Teillier sobre el arte poético, podemos abrir el fuego, entre estos dos poetas muertos, pero vivos para siempre. Aquel que gastó sus codos sobre todos los mesones, dice ".que el poeta enfrentado al caos rehace al mundo, entra luego en un nuevo mundo cerrado, al cual invita a habitar: el poema...". Y agrega que "la tarea de cada poeta es transformar la vida cotidiana del prójimo gracias a una poesía que muestre el rostro verdadero de la realidad...".

Esto lo acerca y aleja a un Lihn que antes de morir establece, que ".escribí: fui la víctima de la mendicidad y el orgullo mezclados y ajusticié también a unos pocos lectores; tendía la mano en puertas que nunca, nunca he visto; una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies. Pero escribí: tuve esta rara certeza, la ilusión de tener el mundo entre las manos -¡qué ilusión más perfecta! como un Cristo barroco con toda su crueldad innecesaria-. Escribí, mi escritura fue como la maleza de flores ácimas pero flores en fin, el pan de cada día de las tierras eriazas: una caparazón de espinas y raíces. De la vida tomé todas estas palabras como un niño oropel, guijarros junto al río: las cosas de una magia, perfectamente inútiles pero que siempre vuelven a renovar su encanto".

Pero ambos sienten la necesidad de buscar los paraísos perdidos. Uno lo describe en su trabajo "La pieza oscura", donde dice "no hay paraísos. Como no fueren los que fabrica la memoria, en lugar de lo que fue. Pues la materia de la memoria no es el pasado sino nuestra versión actual de esa zona inaccesible del tiempo, una instalación poética hecha sólo de palabras. No menos que de ellas".

Teillier los hace aparecer diciendo que "frente al caos de la existencia social y ciudadana los poetas de los lares (sin ponerse de acuerdo entre ellos) pretenden afirmarse en un mundo bien hecho, sobre todo en el del mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de las siembras y las cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses (recordemos a Dionisio) y de los poemas".

Y Lihn se da vuelta, pero se aproxima a Teillier que lleva sus ojos hacia Lautaro, y le dice "la 'verdadera vida' se realiza en el lenguaje como nostalgia de lo que la memoria constituye como pasado. Esta instancia es algo real, sólo que se manifiesta en el modo del deseo. Este se encuentra al centro de la operación poética efectuada por 'La pieza oscura'. Comparto ese viejo dogma que la poesía tiene como tarea rescatar algunas muestras de la Edad de Oro (aunque sólo sea un poco de oropel). La infancia es un paradigma de una y otra cosa, me parece. Sólo se imagina un futuro feliz retrospectivamente".

Los trenes pasan a lo lejos, y Teillier se quiere ir, pero igual dice, mientras piensa en que un desconocido silba en el bosque de su infancia, "que hace surgir en el espejo encantado de la memoria el reino de la edad de oro, el paraíso perdido en donde llegan las voces que siempre deben escuchar aquellos que no tienen patria en el tiempo".

Eso le recuerda a Lihn el sujeto de "La pieza oscura" que "da cuenta de la imposibilidad de reconstruir en sí misma la infancia: es la memoria la que la está produciendo a la par con el lenguaje poético, actividades que se identifican. La infancia es lo que sólo existe gracias a la memoria en el presente del texto".

Teillier no cree mucho en estas palabras y dice, no lleno de emoción y recuerdos, que "también yo podría, cuando aparece la soledad, dar fin a mis palabras como el maestro Basho, pero sigo diciendo, como desde hace muchos años, que el vino y la poesía con su oscuro silencio dan respuesta a cuantas preguntas se les formulan y repetir con Paul Eluard que 'toda caricia, toda confianza sobrevivirán' y con René Char que 'a cada derrumbe de las pruebas, el poeta responde con una salva por el provenir'.

A Lihn el fracaso de la plenitud real le condujo su poesía última a un despliegue moroso de lo que pudo ser, una fantasmagoría en que se cumplen los deseos más que legítimos y que, sin embargo, son obstaculizados o sustituidos en nuestra sociedad. Poesía de Paso (1966) y Diario de Muerte (1989) son dos de sus obras más significativas.

En cambio el desarrollo de la obra de Jorge Teillier -desde Para Angeles y Gorriones (1956) hasta Cartas para Reinas de otras Primaveras (1985)- da señas de que los paraísos y esa búsqueda de un lugar que nunca existió como es recordado y que vale más bien como una imagen utópica, paradójicamente puesta en el pasado y que ayuda a resistir la infelicidad del presente.

Lo que se reafirma con su poema donde se refleja la preocupación por la aldea y esa búsqueda de la inocencia se convierte en una profana muestra de obsesión personal, contaminada de alcoholismo, tedio e indiferencia: "Y con el orgullo de siempre/ digo que las amadas pueden ir de mano en mano/ Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron/ Y yo gasto mis codos en todos los mesones./ Como de costumbre volveré a la ciudad/ Escuchando un perdido rechinar de carretas/ Y soñare techos de zinc y cercos de madera/ Mientras gasto mis codos en todos los mesones."

¿Qué hay que añadir?

Sábado, 9 de Junio de 2001 Fuente: PrimeraLínea


daniel rojas pachas

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